Desayuno con… el sueño de La LLanera

Apenas contaba con 6 años, iniciándose la década de los sesenta, cuando empecé a acudir al campo de fútbol de La Llanera para ver jugar al equipo de nuestro pueblo, La Bañeza CF. Eran tiempos en los que muchos padres, el mío seguro, nos llevaban de la mano y con mucha paciencia a contemplar el espectáculo del balón pie. Tampoco había muchas alternativas donde poder pasar la tarde al aire libre, en La Llanera era tan libre, que el aire campaba a sus anchas sin demasiado refugio donde protegerse de la bufa invernal. Por entonces éramos muchos los niños que acompañábamos a nuestros padres en las tardes de fútbol, lo que nos permitía a veces crear nuestra propia diversión. Tiempos en blanco y negro entre los que destacaba el azul, por entonces, de las camisetas de nuestro equipo. Escribir sobre La Llanera me obliga a hurgar en los cajones de la memoria en los que siempre encuentro retazos de una época feliz, con inevitables toques de añoranza y nostalgia. De un periodo tan prolongado en el tiempo, inevitablemente surgen múltiples imágenes y vivencias, que harían muy difícil poder recogerlas todas aquí. Por ello me centraré en tres momentos que pueden resumir mi relación con La Llanera. La niñez, la juventud y la madurez. Cada uno de ellos se dibuja asociada de forma nítida a un nombre.

Nuestro campo de fútbol, no era más que un espacio con hierba que brotaba de forma caprichosa y al que pomposamente llamábamos terreno de juego. Rodeado por una especie de vallas abiertas de madera que lo separaban de los aficionados de pie sobre la tierra, a veces barro, y cerrado todo ello por unos muros que lo hacían más íntimo y ajeno a los que desde el exterior quisieran ver el espectáculo sin pasar por taquilla. Siempre quedaban los promontorios de las bodegas próximas desde los que atisbar lo que allí ocurría. Los vestuarios, por llamarlo de alguna manera, se encontraban en una de las esquinas del campo, dentro de la casa que por entonces habitaba con su familia el que popularmente conocíamos como `Pata´. En los días de partido y en una especie de patio aledaño, donde se encontraba algo parecido a un bar regentado por el citado `Pata´, los niños veíamos a nuestros ídolos en su fase de calentamiento con ojos de admiración, entre aromas de puro y linimento Embrocación Hércules, que elaboraba la farmacia de Don Gonzalo. De aquellos primeros años de la niñez, la imagen asociada es la de un jugador que representaba, para el niño que era yo, la fuerza, el coraje y orgullo de una camiseta, la nuestra, y que lucía como nadie Castaño.

A caballo entre la adolescencia y lo juvenil recién estrenados los 16, correteaba por el terreno de juego junto a los que eran mis compañeros, algunos amigos, tratando de convencer a nuestro entrenador de que la camiseta azul, la de nuestro equipo La Bañeza CF, podíamos defenderla y lucirla sin desmerecerla. Entrenábamos con ahínco e ilusión por el momento que vivíamos, mientras combatíamos como podíamos el frío de aquellas noches de nuestro invierno leonés. Formábamos parte del equipo juvenil, desde el que en algún momento y unos pocos privilegiados podrían saltar al primer equipo entrenado por Armando, del que siempre guardaré un precioso recuerdo. En los inicios de una nueva temporada y en la presentación del primer equipo ante su afición, en La Llanera, nos encontramos los juveniles tratando de jugar contra nuestros ídolos del momento. En los vestuarios, ya nuevos, los nervios de todos eran palpables. Los míos especialmente, al ver sobre la pizarra mi nombre como titular. Cuando nuestro míster me indicó la consigna única que debía cumplir, ya fue el acabose. Anular a la figura del primer equipo era mi tarea. Michel, aquel filigranas de La Llanera, que además de jugar de forma primorosa, bailaba armónicamente sobre el césped cual bailarín de ballet. A él, Michel, era a quien yo debía anular. No confundir con el del Madrid, pero se parecía mucho, siempre con su sonrisa que aún mantiene, gran jugador y mejor persona. Era demasiado para mis limitaciones futbolísticas. El suplicio no duró mucho, a los 25 minutos del partido, con un campo abarrotado, eso es lo que me parecía a mí y después de no haber encontrado a Michel en ningún lugar del terreno de juego, ni fuera tampoco, fui sustituido. Ya en la soledad del vestuario, comprendí con dolorosa resignación, que mi futuro no pasaba por ese escenario.

Más de 40 años después, en octubre de 2013, siguiendo a mi otro equipo, La Real Sociedad, viaje a Manchester junto a uno de mis hijos, para contemplar el partido de champions. En un estadio mítico, Old Trafford, conocido como el teatro de los sueños. Unas semanas más tarde de visita en nuestra ciudad y mientras paseaba por la calle del Reloj, desde la que tan maravillosamente nos habla nuestro amigo Toño y su Limpia, un cartel llamó mi atención de forma especial. Anunciaba el próximo partido de fútbol de La Bañeza CF en nuestro campo de La Llanera. Buena oportunidad para el reencuentro después de largos años de ausencia. En el preciso instante de cruzar la puerta de acceso, un sentimiento de paz y de calma me invadieron. Estaba de nuevo en el Estadio de La Llanera, cambiado, muy mejorado, por momentos desconocido, pero era el mismo escenario, estaba realmente allí. Recorrí cada rincón tratando de buscar una escena, un momento vivido, algunos ajados por el tiempo, otros aún en color.  Cargado de años y recuerdos ante un gran escenario, en el que pudo haber sido el teatro de los sueños de un joven que por serlo soñaba… Buenos días

LA LLANERA

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