Desayuno con… 23 de abril ¡en Villalar nada que celebrar!

Por las tierras de nuestro Reino de León / País Leonés suenan campanadas que claman a queja y dolor. Tañen quejumbrosas por la muerte que se extiende de norte a sur, de este a oeste, de la montaña hasta las riberas sedientas, solas, sin paisanos erguidos que puedan contener las amenazas que más pronto que tarde nos destruirán como país, reino o región.

Nuestro pueblos yacen moribundos, abandonados, sin futuro, mostrando una imagen cuasi fantasmal, con sus calles desiertas, entre las que a veces se deja ver algún anciano apoyado sobre su vieja cachaba. Busca la brigada primaveral, protectora, donde calentar su cuerpo herido por el paso del tiempo.  Camina envuelto en la soledad en la que malvive y la indiferencia de los que pronto, y de forma especial estos días, volverán a contarles historias que nunca se hicieron realidad.  

Se sienta en el taburete rústico que él mismo fabricó con sus manos, mientras me hace un hueco a su lado. Sentados ambos, al abrigo de la vieja casa de sus antepasados, hoy sola y callada, con tenues rayos del sol abrileño templando la mañana, él me habla del pueblo en el que nació. De aquellos tiempos y de otros momentos; en los que el bullir de sus calles, el olor de sus casas, el cantar de sus gentes, el discurrir de sus regueros y acequias, el florecer de sus campos; marcaban el día a día de esta pequeña población, que cada uno podría situar en su imaginario en cualquier lugar de nuestras tristes comarcas de Salamanca, Zamora o León. (SA-ZA-LE)

Me cuenta que hubo un tiempo en el que gentes próximas, algunos vecinos, les contaron  una fábula en la que todas las dificultades vividas hasta el momento serían superadas. Que una nueva etapa se iniciaría para colmar de felicidad a los habitantes de las aldeas, pueblos y ciudades de la contorna. Hace una pausa, fatigado, entre la emoción y la rabia contenida. Toma aire. Se endurece su mirada y mientras arquea sus cejas, me interpela diciendo: ¿qué ha ocurrido? ¿por qué tanta mentira? Con la vista perdida en el horizonte que se diluye, unas lágrimas de rebeldía apagada surcan sus mejillas holladas por el paso del tiempo, humedeciendo su piel cansada.

Con voz grave, ronca por la amargura que le ahoga, susurra que la vida se apaga. El final de la tierra en la que de niño jugó y corrió, en la que siendo aún joven se enamoró, cortejando por las veredas a su actual compañera, está cerca. Tierras en las que dobló la cerviz en busca de los frutos de los que vivir y dar vida. Una territorio, hoy abandonado y sediento por la ausencia del agua que se llevan, quemada por los contratados de la cerilla, maniatada y explotada por los nuevos invasores, foráneos algunos pero muchos traidores al territorio que les dio la vida y que hoy quieren arrebatarle. Colaboradores necesarios, renegados y felones arteros a su patria, a los que aún se siguen votando. Viejos camisas disfrazados de gaviota y sus aliados del puño y rosas de espinas clavadas en nuestras frentes, a los que ahora se unen algunos anaranjados de cuello duro y más dura cara, junto a los que no faltan los morados anclados en el pasado, que gritan en otros territorios lo que nos niegan aquí. Todos ellos unidos y serviles miembros, esquiroles y mercenarios al servicio de la YUNTA DE CASTIGA, contribuyendo a que el espolio continúe. Para que nuestra historia, larga y documentada, se vea tergiversada y cambiada al libre albedrío de la mano de seudo historiadores sin historia, que escriben al dictado de los nuevos MIO CID de la ribera del Pisuerga. 

Nueva pausa, inclina su cabeza mirando al suelo, fatigado por el sufrimiento de los recuerdos, para mascullando despacio, arrastrando incluso las palabras, concluir nuestra improvisada conversación con un lacónico, que nada bueno presagia –esto se acaba-. Este convite del que algunos me hablan, continúa diciendo,  no tiene sentido –nunca en nuestros pueblos y aldeas, en nuestras tierras yermas, celebramos la muerte-.

Contemplo en silencio como se aleja, despacio y encorvado con su boina apretada sobre las sienes desnudas, y un sentimiento de tristeza me invade al constatar que lo que este abuelo relata, en este lugar de ficción, en realidad es un grito desesperado para que nuestras gentes, paisanos todos, amantes de sus tradiciones y costumbres, de su lengua y cultura, de la vida del territorio que habitan, despierten hasta levantar la mirada y gritar doloridos al viento callado ¡¡ EN VILLALAR NADA QUE CELEBRAR!!

soy leones no castellano (2)