Desayuno con…sentimiento de pertenencia

Corría el año 54 del pasado siglo cuando en un humilde pero entrañable barrio bañezano vi la luz primera. Cegadora y cálida, propia de un mes de julio de los estíos de entonces. Descendiente de progenitores de origen leonés y zamorano, Santa Colomba de la Vega en la ribera del Tuerto, por parte paterna y Alcubilla de Nogales, en la hermana provincia de Zamora en el caso materno. Utilizando un símil ganadero podríamos decir que por nacimiento y ascendientes, de pura genética propia del Viejo Reino de León.

Di los primeros pasos jugando, entre risas y algún lloro, con las piedras y cantos de mi calle, San Eusebio, a la que el asfalto, como tantas otras cosas, aún no había llegado. Caminé, avancé, estudié, respirando el aire de los rincones y plazas bañezanas. Aprendí a nadar, sin monitor por supuesto, en las aguas de nuestras riberas, poco enjoyadas por entonces. Descubrí las primeras convulsiones de adolescencia, esas que presionan en el pecho haciendo latir un corazón alocado que pareciera querer gritar lo que una tímida boca no sabía decir. Lo intenté, quise abrirme hueco entre las escasas rendijas que las circunstancias propias y ajenas permitían, buscando permanecer al abrigo del manto recio y noble de la ciudad que no me pudo acoger.

Emigré, como tantos otros, y por momento casi olvidé el origen. Un lapsus en mi recorrido vital, a caballo entre la reacción frustrada del que se ve forzado a irse y el intento de adaptación al lugar al que ha llegado. Un periodo difícil en el que las raíces parecieran haberse secado, dejándome flotando en un espacio sin referencias a las que aferrarme, sujeto al pairo de los vientos caprichosos, mecido en un mar proceloso y sin rumbo en el horizonte.

Como en los relatos ficcionados, este no lo es, siempre aparece el remedio que consigue evitar la tragedia. Nada mejor para esta historia real, que encontrar de nuevo el asidero del sentimiento de pertenencia y el recuerdo del origen. Recordar permite hincar con fuerza inusitada esas raíces secas y regarlas con mimo afectuoso hasta hacerlas brotar cual pendón al viento que se percibe en la lejanía y que identifica la procedencia.

Después de un recorrido vital, azaroso y prolongado, que me ha trasladado por varios continentes y numerosos países laborando más que orando, con el poso de la edad otoñal, fluyen nítidamente las líneas inmateriales pero sustanciales en mi manera de atisbar el horizonte que dibujan mis sentimientos.

Porque nací en sus tierras, desde el orgullo de pertenencia quiero proclamar al viento, confiando en que mi voz añosa pero firme de convicciones llegue a tanto estólido pesebrero ideológico. Mención especial merece y por ello lo destacaré, el ínclito paramés de los de camisa azul, que lucía airoso en el pecho el yugo de la dominación y las flechas de la amenaza, por ser uno de los máximos responsables de este oprobio identitario.

Colocar el carro por delante de los bueyes, no contribuye a la suma necesaria y divide lo que apenas está naciendo. Son tiempos de generosidad, de sumar uno a uno. De realizar una tarea casi evangelizadora, despertando de nuevo los sentimientos que durante tantos años han sido ninguneados y adormecidos por los nuevos conquistadores a golpe de falsedades. Recuperar nuestra cultura, tradiciones y una lengua casi perdida es una obligación. Volver a hacer sentir el orgullo de lo propio, sin que ello sea un arma arrojadiza contra nadie, debiera ser el objetivo irrenunciable. Esa pudiera ser la tarea primaria y prioritaria. Aunar a los paisanos de nuestras tierras en el sentimiento de pertenencia, desde el convencimiento de que se puede ser y sentirse parte del Viejo Reino, al margen de ideologías y dogmatismos excluyentes.

Entretanto que escuchen si tienen oídos esta soflama dolorida, que nace en el lugar de los sentimientos al que solo yo puedo llegar: Nací, crecí y moriré bañezano y por ello leonés y desde el más sincero respeto a los paisanos de otros territorios, declaro que tengo de castellano lo mismo que de extremeño, madrileño o valenciano. Simplemente nada. Por lo que exijo a los del contubernio donde pastan y abrevan junto al Pisuerga: azulones de la gaviota, morados de la coleta, naranjas de la corbata y rojizos de la rosa ya sin pétalos; malversadores todos de la singularidad identitaria del Viejo Reino de León al que dicen representar, que tomen cumplida nota de que en mi nombre NO.

Buenos y bañezanos días.

soy leones no castellano (2)

Desayuno con… romerías y tradiciones

Apenas asoma en el calendario la hoja del mes de mayo, y el fluir de actos marianos a lo largo y ancho de la geografía patria desborda caminos, veredas y meandros por los que transitan miles de romeros, peregrinos y fervientes fieles, con su mochila repleta de peticiones que realizar a las diferentes imágenes de la Virgen.

En la querida comarca de Tierra de La Bañeza, no podía faltar la nuestra, la Virgen de Castrotierra. Imagen a la que salvo mejor decisión de los “procuradores de la tierra” se acompaña cada siete años, si bien existen criterios contrapuestos, hasta el recinto catedralicio en la vecina Astorga. Después de la preceptiva novena se produce el retorno a su casa en lo alto de la “cuesta del Castro”. Regreso en procesión por los caminos aún polvorientos, que abren numerosos pendones henchidos al viento, recordando con orgullo el pueblo al que representan. Le siguen las cruces parroquiales y al final del cortejo la imagen de la Virgen arropada por sus devotos, algunos descalzos, implorando el alivio para el secarral de los terruños casi yermos; y también la cura de enfermedades y males que les aquejan.

Aunque aún predomina el cariño y afecto hacia la abogada de la lluvia, éstos conviven cada vez de forma más notoria con aspectos próximos a lo profano y ajenos al recogimiento espiritual. Con su llegada a la hermita, datada en el siglo XVII y ampliada en el XVIII, se produce una gran romería en las praderas que la rodean, en la que viandas y vinos en maridaje perfecto con los alegres sonidos de las dulzainas ponen la nota festiva antes de retomar los romeros el camino de vuelta a sus respectivos pueblos de la contorna.

Vieja tradición es la de acudir a imágenes icónicas o a creencias fundadas entre lo pagano y lo religioso, buscando paliar la sed endémica de las tierras de cultivo de las cuales dependía el sustento imprescindible. Tanto es así que hay teorías de expertos en la materia que sostienen que en el Castro, donde hoy se alza el santuario, en su momento se dio culto a la diosa celta de nombre Fraga, para que aportara humedad a los campos. Más adelante, los romanos, que en busca del oro de la comarca se asentarían en el lugar, impondrían a su propia diosa a la que llamaban Tellus, que aportaba tempero a las plantas. Era ella a quien invocaban para la obtención de buenas cosechas. En ambos casos, se trataba de sociedades politeístas de la época, en la que para cada cuestión tenían su correspondiente deidad. Con la irrupción de las religiones monoteístas, el cristianismo, una de ellas, implantó la figura de la Virgen, que continúa hasta nuestros días.

No he encontrado datos fiables que permita contrastar, desde el rigor, la eficacia concreta de tales romerías. Se hace obligado mencionar el dicho popular atribuido a un párroco de la zona, que ante la insistencia por sacar a la Virgen, espetó: ¡si hay que sacarla se saca, pero de llover no está!.

En estas situaciones más allá de los resultados pluviométricos difíciles de vincular científicamente con los efectos de la intersección mariana, destacaría el efecto sociológico en el que  gentes de toda condición y credo, se reúnen ante una expresión de algo tan subjetivo, complejo e intangible como la fe. O más bien para rememorar viejas tradiciones populares en las que priman los aspectos lúdicos y materiales y no las creencias y confesiones. Ambas motivaciones conviviendo en armonía y ajenas al motivo o causa que los hubiera llevado hasta allí.

Ahora solo toca esperar a que el efecto de tanta plegaria o por causas de la propia naturaleza, las nubes aporten el agua que sacie la sed de los sembrados. De cuyas cosechas tanto depende la vida de nuestros pueblos y gentes. Finalizo esta mirada de hoy con esta especie de coplilla que pretende resumir la esencia de la romería: ya vuelve la virgen al castro y se pliegan los pendones, vuelven las cruces al templo y los paisanos al campo, a esperar el agua santa o simplemente la lluvia… buenos y bañezanos días.

Castrotierra romeria