Desayuno con…el gocho y el mercado del sabado

Primeras luces de un sábado del enero leonés. Tras las ventanas, frío seco, aire recio, calles solitarias y calladas, que «amodo» van tomando vida. Es día de mercado y los paisanos de la contorna comienzan a llegar para aprovisionar la escuálidas despensas de la mayoría.

Hoy no es un mercado habitual, hay algo en él que lo diferencia del ambiente del de otros sábados. Hoy el rey del mercado es el “marrano” que un año más sorteará la Cofradía de San Antón. El invitado a bordo de su habitáculo cumplidamente engalanado, se asienta en la esquina donde finaliza nuestra entrañable calle del Reloj. En ese punto donde confluyen otras esquinas conocidas de todos los bañezanos y vecinos de la comarca que nos visitan, esquinas que atrapan los recuerdos de tantos de nosotros. La del legendario comercio del Cielo que fundaran la Srª Pepina y su esposo Félix,  o la de la ferretería Ruiz, en ambos casos perfectamente continuados por sus descendientes, y como no la esquina de los churros, la del churrero sin apellido,  pero de nombre imborrable, Casio. Quizá fuera momento de que un humilde busto recordara este personaje popular, menudo y de tan largo recorrido que ha trascendido en el tiempo y forma parte del patrimonio inmaterial de nuestra ciudad.

Solamente en ese lugar podía situarse el gocho de San Antón. Luce lustroso y apuesto, por momentos sorprendido, pero siempre dispuesto para poner su mejor perfil ante la pléyade de reporteros improvisados que pretenden inmortalizar el momento. De un costado, del otro, de frente, mientras alguien grita ¡sacarle por detrás!, ahí es donde está lo bueno, los jamones. El gocho mira y calla, impasible ante el tumulto generado y las melodías festivas que desgranan los chicos de Bañezaina.

Entretanto los hermanos cofrades se aprestan a ofertar su mercancía, los boletos de la rifa, en dura competencia con los de ¡dos pares 1€!, que miran con recelo a los nuevos vendedores improvisados, que les roban en parte el protagonismo acostumbrado. Los paisanos en su trajín habitual se afanan en comprobar la mercancía y en algunos casos deciden comprar el derecho a ser beneficiarios de la suerte. Fortuna nada desdeñable y que les permitirá llevarse el gocho a sus haciendas, con sus más de veinticinco arrobas bien pesadas.

Avanzada la mañana, ya es momento de dar descanso al protagonista, que no sin reparos accede a salir del lugar ocupado y retirarse a aposentos más discretos. Allí esperará el sorteo que le depare un nuevo destino. Lo más probable, ser alimento y satisfacción gastronómica, de los afortunados a degustar las viandas surgidas con sus prietas y sabrosas carnes.

Los hermanos cofrades se van retirando, para una vez puesto el susodicho a buen recaudo, reponer fuerzas con un buen cocido leonés. Cocido de los de toda la vida en nuestras tierras bañezanas. Sin alteraciones ni artificiosos inventos, manteniendo el orden natural de las cosas, es decir, primero la sopa, seguida por los garbanzos de la tierra, con o sin berza y después como plato final los sacramentos, con mucho fundamento y bien regado con los caldos, procedentes de nuestras viñas, elaborados con las uvas mencía y prieto picudo, un lujo para los sentidos.

Este año lo seguiré en la distancia, buen provecho hermanos, comienza un año más la fiesta de San Antón…buenos y bañezanos días.

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