Desayuno con…del asilo al geriatrico

El asilo, cómo se denominaba en los 60-70, era un lugar generalmente atendido por religiosas en los que se recogía a las personas ancianas sin familia o que teniéndola no podían o no querían cuidarles. Por entonces esta situación era más bien minoritaria. El sistema de funcionamiento era algo parecido a la beneficencia o caridad, en ambos casos lejos de una prestación regulada y asistida por las instituciones del momento. Lo más habitual era que nuestros mayores, abuel@s, convivieran y finalizaran sus días con la compañía de sus hijos y nietos, compartiendo achaques, historias y espacio.

Es difícil no recordar para aquellos a los que ya les blanquea el cabello o simplemente les brilla la cabellera, los imborrables momentos vividos junto a nuestros abuel@s. Aquellas tardes del duro y largo invierno leonés, junto al brasero, en la mesa camilla, tratando de aprender los secretos de la brisca o escuchando sus historias cargadas de penurias y años, incluida la guerra civil. Por entonces aún no había llegado Félix Rodríguez de la Fuente ni su fauna ibérica, pero algunos ya habíamos visionado con fantasía infantil las historias del lobo. Siempre próximo, siempre letal, al que nos parecía descubrir detrás de cada tapia apenas caía la sombra aliada de la noche. A los que nacimos y crecimos en los humildes barrios de nuestra ciudad, El Polvorín, Buenos Aires, El Convento o el mío, San Eusebio, entre otros, nos resultaba muy especial compartir el fresco de las noches veraniegas, sentados en el suelo escuchando historias de nuestros mayores. Mi recuerdo especial para una mujer, la Srª Pascua, que, no siendo mi abuela de sangre actuaba como si lo fuera. Mía y de los niños del entorno. Ella nos agrupaba en su puerta para hacernos felices con sus juegos y cuentos. Vivía sola, pero nunca lo estaba.

Unos años más tarde, dejando atrás la adolescencia, un incipiente grupo de teatro de nuestra ciudad, organizamos un viaje al asilo de la vecina Astorga. Autocares Turrado nos trasladaba gratuitamente. Gracias eternas. Queríamos representar una obra de teatro para los hombres y mujeres que allí habitaban. La obra: el medico a palos de Molière. Hacer brotar una sonrisa de los rostros de aquellas personas, surcados de amargura, era nuestro humilde objetivo. Ya en el interior visitamos y compartimos con ellos un poco de nuestra juventud y tiempo, antes de iniciarse la representación. Por momentos creíamos que no podríamos actuar. El impacto emocional que nos produjo lo que allí vimos fue tremendo. A palos salimos doloridos y tristes, pero con un poco de retraso se pudo interpretar la obra en cuestión. En nuestro interior, el de cada uno, la obra estaba hecha. La huella permanece nítida e indeleble en mi memoria. A algun@s de los que compartís estos frugales desayunos quizá os venga el recuerdo de aquel momento.

Años después, en el 2006, visité a regañadientes un geriátrico de lujo en San Sebastián, donde ejercía su actividad profesional el mayor de mis hijos. Las instalaciones, los servicios, el personal al cuidado de los internos habían cambiado sobremanera. Pero, aunque por mor de la nomenclatura ya no se llamaba asilo, en la esencia a mí me lo seguía pareciendo. Había cambiado el continente, pero el contenido era el mismo. Nuestros mayores aparcados en instalaciones de lujo sí, pero seguía echando en falta la alegría en la mirada de aquellos ancianos que contemplaba.

Hoy en día, las instituciones públicas, destinan grandes cantidades de recursos a financiar estos centros, eufemísticamente llamados residencias de mayores. Grandes grupos económicos han penetrado en este segmento de mercado, en los que la prioridad es la rentabilidad económica, el beneficio al fin. Negocio que se nutre en un alto porcentaje de los impuestos de todos. Sin embargo, cada día más especialistas y expertos abogan por una atención domiciliaria, en el propio entorno del anciano, sin rupturas que ocasionan serias pérdidas de los valores cognitivos y graves problemas afectivos. En su propio hogar, con sus recuerdos y achaques, pero esperando el fin de sus días rodeado de sus propias vivencias.

Reconozco mi subjetividad al respecto. Para las instituciones, incluso desde un punto de vista estrictamente económico, y sobre todo para nuestros mayores, hacer lo posible para disminuir estos macro aparcamientos es un escenario al que no pueden renunciar. Desde el respeto absoluto a aquellas opiniones contrarias a mi teoría. Recuperar la esencia contemplada en la Ley de Dependencia dotándola de presupuesto adecuado, en una obligación moral de la sociedad y sus gobernantes. Dotar de recursos esta Ley, haría posible que muchos de nuestros mayores permanezcan en sus hogares, en sus pueblos en sus ciudades, contribuiría a generar una actividad económica micro en las propias localidades de origen. Incluso hasta permitirían con más asiduidad la visita de los familiares. Todo un bálsamo para sus heridas y achaques. ¿hay algo más curativo que la risa abierta de un nieto o sentir la palma de la mano de los hijos reposando sobre sus hombros cansados? Sentir el afecto de los suyos, cada día, es una de las mejores terapias que se pueden aplicar. Dejar resbalar la mirada sobre ellos cuando se van, con la paz de ánimo que supone saber que mañana volverán, calma el espíritu y aporta paz entre las cuatro paredes de su morada, su casa, la de su vida… Buenos días

ASILO ASTORGA ENERO 1973

Desayuno con…reciclar o reciclarse

En estos tiempos que corren, nadie parece cuestionar la necesidad de reciclar y con ello contribuir al equilibrio y mantenimiento del medio ambiente. Cuestión aparte es el cómo, quién y cuánto. Si nos remontamos a principios de los setenta y escarbamos en nuestra memoria, lo ya madurit@s, podríamos constatar la abismal diferencia en nuestros hábitos de consumo y generación de basura, con el pasado reciente y el momento actual. Concurrían entonces varias cuestiones que de forma natural facilitaban el reciclaje y el cuidado de la naturaleza. La situación económica de una sociedad a la que no le sobraba nada y en la que tirar algo era casi un sacrilegio. La escasez de recursos agudizaba el ingenio de nuestras madres y abuelas, para sacarle provecho a todo lo que pareciera sobrar. Cuando ésto ocurría, rara vez, siempre estaba el eslabón siguiente de la cadena, los animales domésticos, para dar buena cuenta de lo que ya no resultara aprovechable. Algo similar ocurría con los útiles del hogar, ropa o mobiliario. El herman@ mayor estrenaba, pocas veces, y los siguientes aprovechando lo que se iba quedando pequeño. A quién se le podía ocurrir en esa época la locura de tirar un colchón o un mueble a los pocos años de comprarlos?

Transcurría el año 1.973 cuando los franceses, siempre los gabachos, volvieron a invadir nuestro país. Esta vez sin fusiles, cañones o espadas, ni siquiera la bendita Ilustración que tanto bien hubiera producido en la oscuridad de la España de principio del siglo XIX.  Ahora lo hacían con un arma más poderosa, el dinero. Con él y la connivencia no exenta de corruptelas de nuestros mandatarios municipales, se implantan en el Prat de Llobregat, para a los pocos años extenderse por todo el territorio peninsular. En aquellos momentos aún gobernaba el eterno Caudillo, bueno él y sus secuaces. La corrupción no tiene época ni color ni modelo político.

Con el modelo de distribución alimentaria al que llamaban moderna, se inició una auténtica revolución en los procesos de producción y especialmente en nuestra industria agroalimentaria. También en los modelos de compra de los consumidores. Citare a modo anecdótico una situación que viví en primera persona: Año 1989, en un hipermercado en Ferrol. Habían organizado una recepción especial, prensa incluida, para recibir a una paisana de una de las aldeas próximas a la que en los últimos 30 años nadie había conseguido sacarla de su aldea. Allí estaba ella, pañuelo negro a la cabeza, enjuta y ligeramente encorvada, con sus zapatillas negras con pompa en el empeine, sorprendida por lo que veía. Habíamos pasado del humilde y recio serillo que tan lozanamente portaban nuestras madres camino del mercado de los de verdad, los de entonces, a las abominables bolsas de plástico. De aprovisionarnos en la tienda de ultramarinos, carnicería, frutería o pescadería de confianza a hacerlo entre muros de colores con falsos atractivos que nos confundían hasta hacernos llenar los carros de productos que no precisábamos y con ello de plástico, cartón, papel o las indestructibles bandejas de porexpan.

Las industrias tuvieron que adaptarse de forma precipitada, forzadas por el nuevo imperio, a modificar sus presentaciones a formatos de PLS-productos libre servicio, era la modernidad. Así una humilde mortadela, un sabroso chorizo, un noble jamón serrano o un excelso ibérico, habían de ser dotados de un traje de plástico y otros disfraces, para hacerlo compatible con los intereses de los dominadores del mercado. Lo que muchos consumidores quizá desconocen es que en un sobre-bandeja de producto loncheado de 200 gr., el PVP del producto incluye un coste entre un 40% y un 50% de materiales y proceso. Pero al margen de lo económico, allá cada cual con su tesorería, con la compra de estos formatos estamos colaborando de forma pasiva, pero colaborando al fin, con el incremento casi exponencial de residuos de plástico, papel o cartón, gases alimentarios para ampliar artificialmente la vida de los productos, y no en beneficio del propio producto o el consumidor final, sino por la propia conveniencia de estos mausoleos del consumo irresponsable. Esta reflexión podríamos aplicarla a cualquier otra gama de productos, droguería, bazar, aseo personal, y un largo etc. Para los que aún nos afeitamos, además del brutal coste que supone un blíster de las cuchillas que no nombraré, necesitamos las tijeras de podar para abrir el bunker y las diferentes capas de plástico, más plástico, papel hasta llegar a una especie de cuchillas que no se reciclan. Me viene a la memoria aquellas cajitas de cuchillas de Palmera, MADE IN SPAIN, económicas, duraderas y de acuerdo a veces nos cortábamos, pero servían para casi todo.

La venta a granel se extinguió, la reutilización natural del vidrio de las botellas finalizó, no era operativo para los nuevos invasores y los nativos que les imitarían más tarde. Poco a poco y de nuevo con la inacción cómplice e irresponsable de nuestros mandatarios, las tiendas tradicionales fueron languideciendo, sin relevo generacional, hasta el cierre. Con ello también fueron pereciendo los centros de nuestras ciudades, quedando vacíos de actividad y de población nativa y contribuyendo con ello a la aparición de graves problemas sociales en gran parte de las ciudades. Hace un par de años apareció en Alemania, un nuevo modelo de comercialización basado en la venta a granel, con seguridad alimentaria, en el que el consumidor aporta su propio envase, adquiere la cantidad que necesita, ahorra dinero, dinamiza los productores de proximidad, genera actividad local y sobre todo contribuye a la disminución de basuras difíciles, costosas de tratar y que dañan nuestro medio ambiente y el de nuestros hijos, nietos y demás seres vivos que nos rodean.

Parece razonable pensar que la mejor forma de reciclar y casi la única es generar menos residuos. Siendo esto así, ¿dónde están las medidas de nuestros gobernantes, locales, regionales, autonómicos o nacionales, para potenciar iniciativas orientadas a conseguir evitar la generación de residuos? Ayudando a jóvenes o no tan jóvenes que, concienciados con este problema, quieran emprender la aventura ya iniciada en Alemania, estaremos ayudando a la sociedad y al medio ambiente. Pero también los consumidores somos corresponsables de esta lacra. Es hora de reciclarse y variar los hábitos de consumo que nos han traído hasta aquí. De nosotros depende en buena forma, que, por ejemplo, vuelva a aparecer en nuestra realidad, más allá del recuerdo, la imagen de aquellos baños de verano en nuestros ríos de cabecera, el Duerna, el Órbigo o en nuestra añorada playa fluvial de la corneta, tropezón o puente Paulón, cuando aún las aguas de sus cauces eran limpias… buenos días

PLAYA FLUVIAL CORNETA (2)