Desayuno con…fado, el alma de un pueblo

Hay momentos en nuestro día a día en los que sin ser conscientes de ello presagian situaciones en las que todo parece confluir en tragedia. Apenas amanecía este pasado domingo cuando la noticia saltaba entre las ondas hercianas que me saludan cada amanecer. Por momentos creía ser fruto de la confusión propia del despertar lánguido con el que uno se incorpora del catre sin que los sentidos estén aún plenamente activados. Algo similar a un sueño postrero en el que la realidad y la ficción se entremezclan sin demasiada alquimia. No era un sueño, ¡ojalá!, era algo tan real como la vida misma. Un número ingente de vidas perdidas, hombres, mujeres y niños, pasto de las llamas que iluminaban la negrura de la noche trágica y mortífera, convertida en un camino sin salida y sin retorno.

Un camino con demasiados obstáculos. Unas infraestructuras manifiestamente mejorables. Una prevención inexistente. Todo unido y algunas otras cuestiones más han contribuido a la pérdida de vidas humanas evitables, por las que nadie asumirá responsabilidades. Lamentablemente obstáculos y situaciones que seguirán existiendo sin que se haga nada por mejorarlos o eliminarlos. Es la tragedia de un pueblo pasto de las negligencias y olvidos crónicos de sus dirigentes, los de ayer, los de hoy y seguramente los de mañana. Mientras, ellos lloran sus muertos y tratan de curar las profundas heridas físicas y morales sufridas, entre la impotencia fatalista de un pueblo, el portugués, que se merece un mayor respeto.

Confieso que me invadió una tristeza desconocida. Un sentimiento de los que atrapa el alma y te impide levantar la mirada del suelo. Una mañana dominical en la que la densidad del aire lo hacía irrespirable. Todas las tragedias son igualmente lamentables. Sin duda el nivel de afectación tiene mucha relación con la cercanía de los territorios y de las personas que han sido objeto de la misma. Y este es mi caso. Por ello esta noticia ocurrida al otro lado de nuestro patio, en los territorios hermanos de Lusitania, en el sufrido y fatalista Portugal, me han influido de forma especial. Apenas han transcurridos unos días cuando compartía unas horas con la bondad y generosidad de sus gentes, caminando entre sus calles, sintiendo el afecto sincero flotando en el aire de sus tabernas y terrazas. Tan solo unos días en los que mezclado con sus aromas y sus sonidos viví momentos felices y placidos.

Hoy siento el impulso y la necesidad de dedicarles a ellos este “Desayuno con…”, consciente de la tragedia que vive un territorio tan cercano en lo geográfico y también en lo humano, al que nos unen numerosos lazos de mestizaje entre los nativos de un lado y otro de la raya, que han formado parte y seguro que lo siguen haciendo de la vida de nuestra ciudad y comarca. Por ello, hoy, al situarme ante estas cuartillas por escribir mi pluma y mis sentimientos se deslizan atrapados entre las garras de los sentidos. Preso de ellos manifiesto mi solidaridad y afecto fraternal para con nuestros hermanos portugueses.

Entretanto me sobrecoge el sonido de un fado de la gran Amalia Rodrigues, que interpreta como nadie esta música que define el sentimiento del pueblo de Portugal. Fados que nacen en los arrabales para convertirse en la expresión musical del alma de Lisboa y también del corazón de las gentes de todo el País. Como apuntan algunos investigadores –el fado es el alma de un pueblo– un canto a la melancolía, la nostalgia, y que hoy, especialmente hoy, desprende un halo de profunda tristeza contenida por los que se acaban de ir, envueltos en la siniestra y ardiente lumbre inmisericorde, en la noche de un verano sin comenzar…

Buenos y bañezanos días

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Desayuno con… verde esperanza

Hay amaneceres luminosos o grises, soleados o lluviosos, tristes o alegres, que nos vinculan a momentos vividos de forma intensa y especial, pasando a formar parte de ese almacén de las emociones grabadas nítidamente en nuestra memoria. Días en que al despertar con las primeras luces del alba de un domingo de junio, entre nuestras queridas riberas, todo lo que se presenta al otro lado de nuestras retinas está teñido de un maravilloso y esplendido color verde. Calles, plazas, caminos y senderos rebosantes de la luz de la solidaridad ilusionada dibujadas en un horizonte que al igual que cuenta la canción se pinta “verde como el trigo verde…”

Cuando miles de paisanos de toda índole, edad y condición, ancianos que superan la centena o bebés con apenas unos días, caminan hermanados, cuando familias con tres generaciones enlazan sus manos y marchan fraternalmente y en sincera solidaridad es evidente que algo lo ha propiciado. Paso a paso gritando al aire en silencio la palabra del día: ESPERANZA.

Sin duda las semillas de los trigales que aun verdean han prendido con fuerza, afectuosamente cuidadas por los desvelos discretos y anónimos de tanta gente que de forma altruista, mantienen erguido el arco que marca la salida y llegada de cada año. Bajo él y sus ilusionadas alas transita la enorme y creciente mancha que pareciera poner el tono propio de una pradera primaveral a la imagen del día.

Ver como toda una comarca se reúne y participa en una acción solidaria como la vivida el domingo, causa una hermosa sensación que cura el alma. Por momentos nos reconcilia con los valores más profundos de esta especie humana tan denostada en el tiempo. Resulta destacable decir que la participación no era gratis, a lo que tan acostumbrada esta nuestra sociedad, por otra parte, lo que lo hace más meritorio si cabe. Con los números alcanzados en esta décima edición podemos concluir que siguen creciendo la participación y la recaudación. Más de 3500 vecinos se unieron esta mañana dominical y conviene recordar que en las primeras ediciones, allá por el 2007 y 2008, apenas se sumaban unos pocos cientos. La recaudación, factor muy importante sin duda, con más de 41000€, es un 30% superior al 2016 y mejora en más de un 50% lo recaudado en 2015.

Paisanos, comercio, hostelería, empresas, algunos de ellos de forma anónima, han contribuido económicamente a su resultado. La colaboración de la Fundación Conrado Blanco donando las camisetas y por supuesto el impagable trabajo realizado por los hombres y mujeres de la Junta Local de la AECC de La Bañeza. Todos unidos, sin protagonismos innecesarios, por una noble causa donde las haya, han hecho posible escribir esta dulce melodía cantando a la vida y a la esperanza.

Escudriñando entre los rostros de los participantes se podían detectar sentimientos a flor de piel y alguna lágrima rebelde deslizándose por las mejillas curtidas. En unos casos tomando la mano imaginaria de los ausentes, aunque nunca estuvieron más presentes. Tanto que marchaban junto a la multitud, llenando los huecos que armoniosamente se iban creando, sin codazos, por supuesto. En otros rostros asomaba el sentimiento de angustia contenida por el compañero, el amigo, el familiar, el conocido que aún lucha con esperanza para que la vida siga llenando de brotes verdes su día a día.

Por todos ellos, los que se fueron y los que siguen entre nosotros, valió la pena pintar de verde la ciudad y caminar juntos abrazados a la vida… buenos y bañezanos días.

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