Desayuno con…El libro: un viaje atemporal

En estos tiempos de tecnología casi invasiva en los que no hay espacio para el análisis calmado y todo gira a nuestro alrededor a velocidad de vértigo, reivindicar la pausa y la templanza parece una necesidad. Caminar sin reparar en las personas con las que nos cruzamos, inmersos en nuestro deambular sonámbulo de cada día, además de cotidiano resulta preocupante. En esta celebración internacional del día del libro, convendría hacernos acompañar de los beneficios que comporta la lectura. Practicarla influye en el desarrollo intelectual y en la personalidad del lector. Sin duda uno de los ejercicios más relajantes, hermosos y placenteros para el espíritu, tanto, que resulta difícil entender la vida sin los nutrientes inmateriales que aporta.

Leer un buen texto nos genera conocimiento y nos traslada en el tiempo y espacio, alejándonos de la realidad cotidiana para situarnos en paisajes, personajes y situaciones en los que sin la compañía de un libro resultaría harto difícil hacerlo. Al situarnos delante de uno, implícitamente estamos aceptando viajar y transportarnos con las andanzas de sus protagonistas.

Tomar entre las manos un ejemplar impreso, y percibir como bailan nerviosas sus hojas al deslizar mis dedos por ellas, es una debilidad que confieso abiertamente. Al hacerlo se despiertan un cumulo de emociones y experiencias complejas y arduas de explicar. Entre ellas enumeraré algunas: sentir la rugosidad apenas perceptible de sus páginas; intuir el aroma que fluye por las riberas sombrías bajo los chopos altivos; retozar la mirada en los pequeños promontorios que forman sus letras desordenadas; quedar cautivo del sentimiento de unos versos apasionados; vagar por llanuras y laderas distantes, saludar a diestro y siniestro a los personajes que surgen entre las calles de aquel poblado imaginario; navegar por océanos y mares encrespados; volar entre nubes acochadas en la penumbra de la noche o sonreír con las estrellas que brillan en el firmamento abierto sobre nuestras cabezas. Mientras, cansados y somnolientos cerramos con suavidad queda la página perfecta. Todas ellas, sensaciones que acompañan al lector en este viaje atemporal, por los mundos que nítidamente dibuja la recia o quizá delicada pluma de su creador.

 Entre tanto, aislado de la realidad que permanece impertérrita a mi alrededor, desde la inmovilidad de la silla en la que junto al limonero que me acompaña, en esta mañana literaria de abril, trato a duras penas de hacer un alto en el camino. Sinuoso recorrido que me conduce por los retratos  que explican con verbo afilado, mordaz y certero paradojas, costumbres y realidades que solo encuentran acomodo en la privilegiada pluma de un periodista y sobre todo un escritor, Don José Luís Baeza,  al que muchos bañezanos, demasiados, ni siquiera recuerdan. Buscar el alivio acariciante de las memorias profundas e íntimas junto al estanque, de nuestro ilustre poeta de cabecera, Don Antonio Colinas, se hace inaplazable. Dejar la mente deslizarse por la belleza y profundidad musical de sus confidencias actúa de forma balsámica sobre las tribulaciones de tanta realidad cruda y áspera.

Dos formas distintas de recorrer los caminos, llenos de grafismos armados por las 27 letras de nuestro abecedario. Dos invitaciones con un mismo fin, la lectura que nos traslada de la visión crítica de la realidad a la declaración de amor desnudo junto al “agua enjoyada” de nuestras riberas. Retorno al sendero en el que reiniciar este apasionante viaje de contrapuntos, al abrigo de la calma y sosiego de este rincón en la distancia… Buenos y bañezanos días

lectura

 

Desayuno con…semana santa bañezana: una pasión

Al leer el texto siguiente: –recorren las calles adoquinadas en el callar de la noche, apenas iluminadas y abarrotadas de gentes silentes, siguiendo el procesionar de los pasos portados por los hermanos cofrades, ataviados para la ocasión con sus mejores galas. Todos dentro del recogimiento característico del acto en cuestión,  apenas roto por el sonido agudo de la campanilla que anuncia el reanudar de la marcha– es evidente que podría estar describiendo una escena de cualquier procesión, con independencia del lugar en el que estuviera ocurriendo. Sin embargo cuando añadimos que al transitar por la calle del Reloj, ya próximos a la puerta del Pasaje estos apagan sus luces y cesa el ruido de las chapas al golpear con el suelo en su gran corro, en señal de respeto o simplemente por repetida tradición, le estamos poniendo nombre al lugar y situándola en el tiempo: la semana santa bañezana al final de los 60. Semana santa que dicen algunos, otros prefieren denominarla como semana de pasión. En el caso de nuestra ciudad, procesiones santas y chapas con pasión, están estrechamente unidas y podrían definir por si solas las vivencias de la citada semana en la Bañeza.

CHAPAS PASAJE MARCELO

En este escarbar por los rincones de la memoria, surgen imágenes de los 15 o 16 años, en las que a las procesiones nocturnas les precedían tardes entre las encinas del monte Riego. En la zona en la que existió muchos años lo que algunas generaciones conocimos como el merendero la Fragua y que luego tendría un uso final no precisamente santo. Allí acudíamos en pandilla mixta con uno de aquellos toca discos a pilas en los que se insertaba el “single” o sencillo, de vinilo por supuesto. Su sonido  bastaba para convertir el atardecer de un abril leonés en momentos de magia para unos chavales ávidos de nuevas experiencias. Emociones entre risas y miradas nerviosas que al cruzarse, apenas podían esconder el fluir a borbotones de algún preámbulo amoroso y adolescente. Con la  caída de la tarde retornábamos a por la túnica y el caperuzón de cofrade, para vivir en silencio un nuevo desfile de pasos en la noche.

Aún perduran en mi recuerdo algunas sensaciones especiales, a pesar de los muchos años transcurridos. Entre ellas destacaré, la procesión del encuentro en la que la madre de las Angustias y el hijo del Nazareno, despiertan en los cofrades y asistentes momentos cargados de emoción. La procesión del silencio que entonces a su paso por la plaza de los cacharros hacía una pausa para escuchar el cántico de las monjas. Cantos que aliados con el frío nocturno paralizaban a los presentes y la bella imagen de la Amargura, quieta y compungida, dejaba escapar una lagrima imaginaria. Qué decir de las mañanas de viernes santo en la plaza Mayor, plagada de seguidores, cofrades y  algún curioso, con el templete como testigo inerte y mudo, mientras el pastor de la curia arengaba a los presentes con su sermón, desde uno de los balcones de la vivienda de la familia Convarros. Situada ésta en plena plaza Mayor, en cuyos bajos estaba el negocio familiar de confecciones que terminaría siendo sustituido por una hermosa y conocida cafetería, con nombre de gente con vida distraída y bohemia.

Después de finalizar el acto y una vez recogidos los pasos en la cofradía, llegaba el momento de degustar la popular limonada en casa Boño, que Julio se afanaba en administrar o Marcelo, Vitoriano y Polo éstos ya en la barra del Pasaje, mientras las mesas de mármol frio y blanco del añorado café, eran territorio del gran Benjamín. Un maestro en el noble oficio de servir a los demás. Sin ánimo de ofender a nadie, con él se extinguió en nuestra ciudad la auténtica profesión de camarero o mesero, como le dicen mis amigos en México.

Desde la ausencia deslizaré la mirada en la distancia, por las calles de la ciudad que me vio nacer, siguiendo y sintiendo procesiones y chapas, degustando limonada y almendras tostadas o quizá garrapiñadas, ingredientes inseparables de una semana bañezana, a la que no me atrevo a definir como santa, pero que sin ninguna duda es vivida con mucha pasión… Buenos y bañezanos días.

EL NAZARENO EN LA PLAZA MAYOR
foto de Emili Perez Cela (pasada a blanco y negro)